Evidentemente, cuando alguien se decide a pedir un turno es porque aquello de “sólo conversar con un amigo”, ha dejado de serle útil. Hablamos precisamente de utilidad, de lo que puede o no servir, ya que muchas veces uno sabe bien a quién, y a quien no, preguntarle para obtener determinada respuesta que quiere escuchar.
Precisamente, esta es una de las principales diferencias entre un amigo y un profesional. El psicólogo no dirá necesariamente lo que uno quiere oír, para eso si están los amigos.
En terapia se ofrece un espacio de escucha, pero no se trata de una escucha convencional.
El espacio de psicología es una experiencia por la que atraviesa el sujeto, en la cual el terapeuta le devuelve lo dicho de un modo particular al paciente, para que sea este quien se escuche y se piense en eso que, sintomáticamente, no se da cuenta que dice o hace y que tanto lo aqueja.
En los tiempos que corren, en que todo debe ser de inmediato, que está repleto de recetas e indicaciones, el espacio de análisis es justamente para lo contrario, un lugar para la escucha y la pregunta.
A veces, se presenta una resistencia a consultar basada en la creencia errónea de que quien va a un psicólogo es porque “está loco”. Esto no es necesariamente así. Quienes asisten a un psicólogo es porque tiene algo que analizar, que deciden revisar en su vida. Estas problemáticas pueden ser de lo más diversas, desde planteamientos, alguna crisis, situaciones que angustian, hasta el ya no tolerar ciertos lugares y roles que uno ocupa en su familia o con amigos.
En todo caso, aquel que se atreve a enfrentarse al llamado de un analista, más que loco es un valiente. Ya que está dispuesto a ponerse a trabajar en ésto que ya no funciona.
Así, las sesiones de psicología son un espacio de elaboración, y reelaboración, de un saber que trae el paciente a terapia pero que desconoce, y sin embargo, está en directa relación con él y su sufrimiento.
Se trata de dar la oportunidad a tomar la palabra, haciendo lazo con el psicólogo para encontrar el camino que más le convenga a cada uno. Esto llevará un tiempo, ni largo, ni corto, porque no es el tiempo que marca el reloj, sino, el tiempo que cada quien necesite.